Corazón frappé.
Tic tac, tic tac, tic tac… Es lo único
que escucho desde hace unas dos horas que te espero. Sentado en este frio
taburete de un viejo café, escucho caminar el segundero de mi viejo reloj, el
cual parece que se burla de mi con cada paso que da. Parece que lo escucho
decir: ¡Te advertí que no vendría! ¡Eres
un tonto! ¡Eres un ingenuo! En mi cabeza imagino cientos de pretextos por
los cuales no estás aquí. Pero muy en el fondo conozco la verdadera razón.
Nunca había tenido el valor de
pedirte algo. Siempre te miraba desde el otro lado, te veía irte con tus amigas
cuchicheando sobre lo que paso en el día, que si la ropa, que si los novios,
que si aquello. Algunas veces fantaseaba pensando que quizá hablarían de mí, en
el buen modo claro. Y es que nunca he sido un galán de televisión: conozco bien
la clase de belleza abstracta que tengo. Pero es verdad cuando te digo que
tengo un buen corazón. El corazón de un romántico extinto, de esos que escribían
poemas, que sueñan con su Novia por un día
o que se esconden atrás de un Amor Anónimo.
De esos a los que ya nadie quiere.
El tiempo sigue corriendo. La
mesera se acerca nuevamente a mí preguntándome si deseo ordenar algo. Busco por
todos lados tu figura, pero no la encuentro. Solo encuentro el sonido del hielo
rompiéndose en pedazos para ir a parar a un vaso de capuchino frappé. Exactamente
del mismo modo en el que se rompe mi corazón. Le digo amablemente que no, que
deseo esperar un poco más. Se aleja de mí y veo que no puede ocultar la lástima
que siente por mí. Y como no. Yo mismo me siento patético. Sentado aquí, con un
pequeña rosa y un estúpido poema. ¿A quién demonios le interesan esas tonterías?
Sigo aquí y mi desesperación es más
auténtica a cada qué segundo pasa. Siento que todos me ven y se ríen de mí. Y
es que claro, ¿quién podría enamorarse de alguien como yo? Y es lo que todos
los días me pregunto ¿Qué he hecho yo? ¿Por qué no me dan una oportunidad?
¿Acaso saben la clase de hombre soy? Pero no. Nunca obtengo una respuesta, solo
quiero llorar, salir corriendo y perderme entre la espesura de la noche.
La gente va y viene, unos entran,
otros se van. Y yo sigo aquí. Pasando entre mis dedos los filos de aquel trozo
de papel donde te escribí un poema. Lo observo y sonrió burlándome de mi mismo
por lo ingenuo que soy, un poema, debí
haberte comprado algo, pero un poema es lo único que pudo comprar mi corazón. Un
corazón que no entiende de razones, uno que aún cree que el amor lo es todo,
que todo lo puede. Que tonto corazón. Y más tonto el dueño de ese corazón, que aún
espera que ella este aquí después de casi 3 horas.
Ya es de noche. La mesera se
acerca de nuevo y me dice que si deseo ordenar por que la cafetería no tarda en
cerrar. Y ahora creo que es el momento de pedir. Una bebida que vaya acorde a
como me siento ahora. Vuelvo a escuchar el tronar del hielo en la licuadora, ese
hielo que irá a parar a un frio vaso de capuchino frappé. ¿Puede traerme un vaso de corazón frappé?
Y ahí está, en el fondo de aquel vaso, despedazado y molido,
cubierto de ilusión y una pizca de esperanza, frio y amargo, un exquisito trago
de mi corazón frappé.
deVia
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